miércoles, 19 de agosto de 2015

VISION LIBERAL DEL ABORTO


Señor Director:
En su columna "El aborto: la otra visión liberal" (publicada el domingo), Lucía Santa Cruz objeta nuestro planteamiento, afirmando que la autonomía de la mujer para decidir sus actos propios no es argumento suficiente para permitirle abortar el embrión que aloja en su vientre, por tratarse de una vida humana.
La autonomía de la mujer que invocamos no es respecto de un tercero "único, distinto, irrepetible, con una carga genética específica, que no requiere de ninguna intervención adicional para crecer de embrión a persona", pues ese tercero sí requiere "del cuidado que la madre le otorga durante nueve meses", al que correctamente alude Lucía; de paso, al indicarlo, ella hace la distinción esencial entre embrión y persona, que ella misma identifica como fundamental para esta discusión.
Esa distinción se hace más explícita al analizar la naturaleza de ese cuidado, porque se trata de una condición sine qua non para que llegue a ser persona; es decir, no es que ella otorgue ese cuidado, así, simplemente, por defecto; ella "se ve forzada" a otorgarlo si un óvulo es fecundado en su interior. Ella debe "cargar" con el embarazo (o "gozar" ese embarazo), pero es su cuerpo, su esfuerzo, su tiempo, su ser, lo único que puede o no transformarlo en persona más adelante. Es más, ese embrión le impone un costo a la madre no solo durante el embarazo -la biología de ese conflicto in-útero (esa es la descripción científica que se ocupa) es un tema muy bien estudiado-, sino que dicha carga continúa durante muchos años más, una vez nacido.
En las tres causales del proyecto de ley, el costo aludido se ve agravado porque ella no es responsable de los problemas de ese particular embarazo (inviabilidad del feto o enfermedad con riesgo vital de la madre), o porque aquel fue generado por la agresión de un tercero ante el cual no pudo defenderse (violación). Es por eso que nos parece consecuente con el principio liberal permitir a la madre, en una situación anómala como las expuestas en las tres causales, decidir conforme a su conciencia si continuar o no con esa carga; es ella, y no otros, quien está sometida a esa situación, y, por lo tanto, es a ella a quien atañe la decisión respecto de continuar o no acarreando, no a un "tercero", sino a una parte constitutiva de su cuerpo, que además, hasta ese momento, es totalmente dependiente de él.
Se pueden sostener posiciones liberales más radicales, que consienten que una madre pueda desprenderse del embrión o feto hasta cualquier momento antes del nacimiento, argumentando que esa decisión le pertenece únicamente a ella y no al Estado ni a la sociedad. Nosotros hemos afirmado que su autonomía es válida, al menos, cuando el embarazo no haya sido consentido, que este no la exponga a un riesgo vital o que el feto sea inviable.
Respecto de la moral, siempre resulta iluminador recordar la extraordinaria intuición de David Hume: "las reglas de la moral no son, pues, las conclusiones de nuestra razón", sino que provienen de sentimientos morales, que ahora sabemos fueron moldeados por selección natural y quedaron incorporados en la arquitectura de nuestro sistema nervioso central. Los experimentos de Karen Wynn (expuestos en la conferencia "Orígenes cognitivos y evolucionarios de la moral", desarrollada en Santiago hace dos semanas) con bebés de solo meses de edad así lo indican. Por eso nunca se plantean dudas respecto de la sanción moral que tiene el asesinato de un recién nacido (porque los sentimientos morales respecto de aquel quedan instantáneamente constituidos), y, sin embargo, tenemos debates respecto de permitir el aborto de un embrión que aún no es persona.
Álvaro Fischer Francisco José Covarrubias

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