viernes, 21 de agosto de 2015

EL ABORTO Y LA AUTONOMIA DEL INDIVIDUO.

Quiero partir agradeciendo a Álvaro Fischer y a Francisco Covarrubias la forma civilizada de debatir, sin rabia, sin descalificaciones personales, sin presumir intenciones ocultas en su contradictora. A mi juicio, lo más atractivo de la cultura liberal es una cierta modestia intelectual que proviene de una teoría del conocimiento como algo eminentemente conjetural en que una aseveración es una hipótesis que puede y debe ser objeto de refutación. De allí fluye la verdadera tolerancia frente a la diversidad de opinión.

Su respuesta ha clarificado bien nuestra diferencia medular. Ellos sostienen que la dependencia de la criatura del cuidado de su madre en la vida intrauterina lesiona la autonomía de la madre y, por lo tanto, la libera, si así ella lo estima, del deber de protección. Yo, por el contrario, creo que esa dependencia no cambia la naturaleza de la criatura y que su esencia no está determinada por ella. Mal que bien, en la especie humana la dependencia de los hijos de los cuidados de la madre (y del padre, para ser justos) después de nacidos es muy larga y a veces más onerosa aún que dentro del útero, y nadie les negaría a los ya nacidos su calidad de personas humanas en virtud de esa dependencia. El hecho de que los cuidados puedan ser delegados a un tercero no altera la situación de dependencia prolongada de los niños.

El punto principal de mi intervención fue llamar la atención a las extensas e impredecibles consecuencias que tiene el concepto de autonomía ilimitada del individuo como base del liberalismo en vez del principio del liberalismo clásico que es "la ausencia de coerción deliberada de terceros sobre la libertad de las personas". Como es obvio, en el caso en cuestión no hay una coerción deliberada de la libertad de la madre por parte de la criatura en su vientre.

Hayek sostenía que nada ha sido tan perjudicial para el liberalismo como la confusión respecto de qué es el verdadero individualismo. Así, decía, "no puede haber duda de que en el lenguaje de los grandes pensadores del siglo XVIII el 'amor a sí mismo' del hombre, o incluso sus 'intereses egoístas', representaba algo así como el motor universal. Sin embargo, estos términos no significaban egoísmo en el sentido restringido de preocupación exclusiva por las necesidades inmediatas de uno mismo. El 'ego' por el que supuestamente las personas debían preocuparse claramente incluía a la familia y a los amigos". Es más, en ese mismo trabajo, también evocando a Burke, recuerda que el verdadero individualismo requiere del fortalecimiento de reglas morales como una condición para una posible sociedad libre.

En suma, no creo que el "test" de una sociedad liberal sea si apoya o no el aborto. Menos aún que para ser liberal haya que estar a favor del aborto, porque la posición dependerá del valor que se le da a la vida intrauterina y la preeminencia que se otorgue a la autonomía individual irrestricta versus la vida de otro ser. Me temo que las acusaciones contra quienes se oponen al aborto tienen algo de ardid para encajonar a quienes están en su contra en casilleros injustos.

Finalmente, respecto de la relación entre legalidad y moral, quisiera decir que por razones morales me opongo a la pena de muerte, a la tortura, al trabajo infantil, entre muchas otras prácticas, y que, en consecuencia, tengo derecho como ciudadana a aspirar a que ellas no se sean permitidas por ley. Reclamo el mismo derecho para defender la vida del niño que está por nacer. Resulta muy paradójico, como diría ese otro gran pensador liberal, Alexis de Tocqueville, que "la tiranía de la opinión de la mayoría imperante" permita liberalismos igualitaristas y liberalismos socialistas, entre otros, pero niegue toda validez a la posibilidad de que un cristiano pueda también sentirse y ser liberal.

Lucia Santa Cruz.

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