lunes, 17 de octubre de 2016

NO ESTAMOS SOPLANDO EN EL VIENTO.

La acción conjunta, entonces, del estatismo individualista de cierta izquierda y el apoliticismo de parte de la derecha termina por formar un clima social donde la abstención es vista como normal, e incluso como deseable...".

Joaquín García Huidobro

Queda una semana para las elecciones municipales, y la tarea de convencer a los ciudadanos para que vayan a votar se hace cada vez más difícil: es como soplar en el viento, para decirlo en palabras de Dylan.

"La política es corrupta", nos dicen esos pasivos, mientras encienden el carbón para el asado dominguero. ¿Corrupta la política? Lo verdaderamente corrupto es el desinterés por la política, el hecho de quedarse en el pequeño mundo privado y hacer caso omiso de las cosas de todos.

Por supuesto que hay corrupción en la política, pero esa es una razón adicional para no quedarse en la casa: ¿Cómo no vamos a encontrar algún nombre decente entre las decenas de candidatos que nos mostrará la papeleta electoral? Y si los postulantes a alcalde que tenemos enfrente nos parecen completamente impresentables, al menos queda el recurso al voto en blanco, que sí expresa una opinión clara de rechazo, a diferencia de la abstención, que bien puede ser pura flojera.

Ciertamente hay corrupción en la política, pero también en la medicina. ¿O me van a decir que todos los certificados y licencias médicas son limpios y transparentes? ¿Y qué pasa con los estudiantes que copian en las pruebas, o los periodistas que aceptan determinados regalos? La corrupción amenaza cualquier actividad humana, y por eso hay que estar atentos para luchar constantemente contra ella.

En todo caso, el fenómeno que observamos es muy profundo. Ya fue advertido por Alexis de Tocqueville en 1840, cuando veía, con temor, que la democracia podía degradarse en la medida en que la sociedad se llenara de "una muchedumbre innumerable de hombres parecidos o iguales, los cuales giran sin cesar sobre ellos mismos para procurarse placeres pequeños y vulgares con que llenar su alma".

Para el autor de Democracia en América, esta reclusión de los hombres en el ámbito privado no es inocente. Como contrapartida, irá acompañada por el crecimiento de un poder tutelar del Estado, una autoridad que se encargará de garantizar los goces de los individuos, pero que al mismo tiempo lo someterá todo a su suave control. "Se parecería a la autoridad paterna si, como esta, tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad adulta, pero en realidad lo que hace es mantenerlos irrevocablemente en la niñez; le gusta que los ciudadanos lo pasen bien con tal de que no piensen en otras cosas", concluía el gran pensador francés.

En Chile se nos ha producido la peor de las combinaciones: por una parte, tenemos el estatismo individualista de la Nueva Mayoría, que se traduce en un Estado cada vez más goloso, pero que, al mismo tiempo, promueve la formación de ciudadanos hedonistas. El reciente manual de educación sexual de la Municipalidad de Santiago es una muestra perfecta de esa mezcla entre estatismo paternalista y liberalismo moral.

De otra parte, tenemos a la derecha sociológica con su habitual apoliticismo. Para ella, la política es mala y los políticos, unos leprosos. Además, confunde las cosas: "Como no quiero militar en un partido, entonces no intervengo en política". Lo primero es legítimo, lo segundo, en principio, resulta inaceptable, salvo que uno sea un solitario místico del valle del Elqui.

La acción conjunta, entonces, del estatismo individualista de cierta izquierda y el apoliticismo de parte de la derecha termina por formar un clima social donde la abstención es vista como normal, e incluso como deseable.

La prédica antipolítica produce resultados sorprendentes. Hace unos días vi la propaganda de un candidato a concejal cuyo principal mérito era ser "0% político". Al principio me indigné, pero luego vi que no había mala intención: era un ciudadano que estaba aburrido de la delincuencia y otros problemas de su comuna. Había decidido abandonar su tranquilidad y ofrecía a los electores su colaboración en las tareas municipales. En el fondo, ese señor había pasado a ser 100% político, solo que no lo sabía, víctima como era de la retórica antipolítica de cierta derecha. Por eso empleaba un eslogan completamente inadecuado.

En suma, no hay que desanimarse. Si la Academia Sueca fue capaz, después de tantos años, de darle el Nobel de Literatura a Bob Dylan, eso significa que todavía es posible que nuestros comodones se muevan. Quizá descubramos que no eran tan pasivos: simplemente no les habíamos mostrado bien cuán importante es hacer un par de rayitas en una papeleta. Como dice Bob: "Tan fácil de ver, tan difícil de explicar".

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