lunes, 17 de octubre de 2016

ANDRES BELLO, UN LEGADO A 151 AÑOS DE SU MUERTE


Desde 1832 don Andrés Bello gozó de la nacionalidad chilena otorgada por gracia por el gobierno. Fue senador de la República por 27 años, pero su salud le impidió seguir prestando sus servicios a lo público. Murió un 15 de octubre de 1865, a los 84 años, ejerciendo el cargo de rector de la U. de Chile, de la cual fuera su fundador. Su cadáver fue depositado en la Catedral de Santiago, desde donde partió rumbo al Cementerio General la mañana del 17 de octubre. Los homenajes que se le tributaron, descritos con precioso detalle en Anales de la Universidad de Chile N° 4 de ese año, destacan la numerosa concurrencia de miles de estudiantes de colegios públicos y particulares, dispuestos a ambos lados de las calles, lado a lado con las autoridades y representantes del Estado.

En el cementerio, el ministro de Instrucción Pública, señor Federico Errázuriz, en su calidad de vicepatrono de la Universidad, hacía una pregunta que quizás hoy no tiene caja de resonancia. Reunidos allí, ya no en el espacio de tributo al "alto funcionario público que ha enaltecido el lustre de la patria", sino que en torno del que "murió en la vida privada, del simple ciudadano", se decía: "¿Por qué, entonces, todas las autoridades i corporaciones del Estado, todos los hombres de la ciencia, los maestros i los jóvenes, por qué los individuos de todas las clases se confunden en un mismo i solemne sentimiento?". Y la respuesta es el nombre de Andrés Bello, es porque era quien era: ilustre literato, eminente jurisconsulto, hábil político. O de otro modo: jurisconsulto, poeta, filósofo, eminente hombre de Estado.

Pensemos en el orden de esos factores, esto es, solidez intelectual, hombre de la legislación base de la construcción del Estado y político. Si tuviéramos estos requisitos, en ese orden, dentro de los hombres actuales de lo público, otra suerte fuera la de Chile. Otra suerte también fuera la nuestra si los lazos y vínculos entre los hombres y mujeres de lo público, el Estado, y la ciudadanía, se reconociesen en este orden de prioridades y en algún proyecto común.

El proyecto de Andrés Bello, que trasunta todos sus legados, es que el objeto de toda educación es intelectual, por cuanto trata del "recto ejercicio de la inteligencia, que habitúa a los alumnos a pensar por sí mismos imprimiendo actividad a sus facultades, i enseñándoles a hacer el uso más acertado i legítimo de ellas". Este uso tiene como fin la cosa pública, cuyo ejemplo se encuentra en los tres libros que son su legado permanente: "Principios de derecho de gentes" (1832), "Gramática de la

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