lunes, 21 de septiembre de 2015

CRISIS MIGRATORIA : la mirada universalista de Alain Tourine

 Juan Rodríguez M.
Los cientos de miles de personas que huyen hacia el Viejo Continente han arrojado a nuestra cara un debate que hace décadas ocupa a la filosofía política: ¿qué hacer con los extranjeros? En esta conversación, el sociólogo francés que acuñó conceptos como "sociedad post-industrial" y "movimientos sociales", piensa esta crisis: "Podemos vivir juntos si nos reconocemos mutuamente como sujetos, es decir, como portadores de derechos universales", dice. Dicen que solo por ser humanos, somos libres e iguales en dignidad y derechos. Que debemos compartir fraternalmente. Que tenemos derecho a circular libremente y, en caso de persecución, a disfrutar de asilo en cualquier país. Dicen que esos y otros principios, que conforman la Declaración Universal de Derechos Humanos, son el fundamento de las democracias liberales. Un imperativo, si no legal, al menos ético. Y sin embargo, la realidad nos muestra que Europa es el teatro de la peor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial: desde enero, casi cuatrocientas mil personas han caminado hacia Europa Central, huyendo de la guerra y la pobreza. Alrededor de 2.500 han muerto. Una crisis a la que el viejo mundo ha respondido acogiendo a los migrantes, pero también levantando cercos y enviando a policías y militares a detenerlos. Los derechos de los otros ¿Cómo responder adecuadamente a la diversidad cultural y religiosa? Esa es la pregunta que ocupa al multiculturalismo y, desde una perspectiva amplia, puede referirse a cualquier grupo desaventajado dentro de una sociedad -mujeres y homosexuales, por ejemplo-. Aunque gran parte del debate se ha enfocado en los inmigrantes, las nacionalidades dentro de un Estado y los pueblos originarios. En el caso de la migración, la discusión oscila entre el liberalismo -que sitúa el problema en el plano de la universalidad y de los derechos de los individuos- y el comunitarismo, que enfatiza la identidad y los derechos de las comunidades humanas. O sea: ¿Derechos Humanos o autodeterminación de los pueblos? Comunitaristas son, por ejemplo, los canadienses Charles Taylor ("Multiculturalismo y política del reconocimiento") y Will Kymlicka ("Fronteras territoriales"). Ambos parten de la base de que los derechos son universales y deben ser garantizados por los estados liberales. Sin embargo, creen que esa igualdad -para ser efectiva- exige reconocer, proteger y preservar las identidades culturales. Desde el lado más liberal, se arguye que reconocer y preservar una cultura puede llevar a invisibilizar a los individuos dentro de la misma, y a privilegiar una versión supuestamente pura de esa cultura. Para filósofos como la turca-estadounidense Seyla Benhabib ("Las reivindicaciones de la cultura", "Los derechos de los otros"), o el anglo-ghanés Kwame Appiah ("Cosmopolitismo: la ética en un mundo de extraños"), las culturas no son un mosaico, especialmente en un mundo de "fronteras porosas". Al contrario, día a día compartimos con otros y, de hecho, nuestras opciones provienen de muchas fuentes culturales. De manera que tenemos derecho a pertenecer a uno y muchos grupos, y a salir cuando queramos de ellos. Otro intelectual que ha entrado en este debate es el sociólogo francés Alain Touraine, en libros como "¿Podremos vivir juntos?", "Igualdad y diversidad", "Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy", "Después de la crisis", "El fin de las sociedades" y el que se publicará el 24 de septiembre en Francia: "Nosotros, sujetos humanos". Pensador de los movimientos sociales y de la sociedad post-industrial, este investigador de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, y Premio Príncipe de Asturias, tiene una posición que lo acerca al universalismo. Razón e igualdad Europa se entiende como un proyecto cosmopolita... "No, no", dice Touraine, al teléfono desde París. "Europa no se define como un mundo multicultural. Me permito interrumpirlo porque es una divergencia entre dos maneras de construir la realidad histórica. En el mundo entero -entonces también en Europa, América Latina y especialmente en el mundo islámico- hay gente que construye la realidad en términos de divergencias, de identidades, de comunidad o comunitarismo, incluso de nación y civilización, en el sentido de Huntington [autor de la tesis del choque de civilizaciones]". La anterior, explica Touraine, puede considerarse "una buena definición, de la ideología o de la interpretación reaccionaria o conservadora, y agresiva de la realidad histórica". Touraine cree que hoy el multiculturalismo significa "yo rechazo". El Frente Nacional en Francia y movimientos similares en el resto de Europa "son antiinmigrantes porque piensan en ellos en términos de identidad, de diferencia, pero no de manera blanda o relativamente abierta como antes, sino en términos mucho más dramáticos, como Huntington". Es lo que ocurre, también, en el mundo islamista -"sea con Dáesh [el Estado Islámico], los homeinistas u otros"-, "piensan en términos de unidades cerradas y definidas por fronteras, en términos de contradicciones o posibilidades conflictivas". "En cambio -no en el tiempo de Hitler o Stalin- la tradición central europea fue totalmente distinta, fue universalista. La gran tradición europea es la alianza -consciente y constante- entre el pensamiento griego, digamos aristotélico -a través de los árabes, de los judíos, de los que sean, no importa- y la tradición de la iglesia católica. Es el mundo de la razón, del hombre político, como decía Aristóteles, y el de la igualdad". Por eso, explica Touraine, frente a la actual crisis migratoria, Europa está dividida -"utilizando palabras que no me gustan, porque crean más oscuridad que luz"- entre una "derecha extrema, dura, apasionada por la identidad -cuyo caso más conocido es Hungría- y la vieja izquierda". Esa izquierda que "fue destruida en el mundo europeo, especialmente en el mundo franco-italiano, por el comunismo, por el estalinismo y por el apoyo dado al mundo soviético por parte de muchos intelectuales para marcar su oposición a la dominación americana". Sin embargo, Touraine cree que son esas mismas personas que huyen hacia Europa, las que traen nueva fuerza para el pensamiento crítico, universalista. Por eso, dice, no se trata de refugiados, son más que eso. "Esta gente les dice a los europeos: 'Ustedes nos han hablado durante siglos de libertad, igualdad y fraternidad; ahora tienen que salvarnos para demostrar que estaban hablando en serio'. Es un fenómeno que veo incluso en Francia: en enero [tras el atentado a la revista Charlie Hebdo], cuatro millones de personas salieron a la calle para defender las libertades, no para defender el derecho a blasfemar. Son millones de personas que han entendido que no se trata de un problema nacional o de clase, sino del universalismo de los Derechos Humanos. Si usted no tiene derecho a hablar, si no tiene libertad de conciencia o libertad religiosa, etcétera, la democracia no tiene sentido. ¡No tiene sentido, es vacía!". "El teatro de la historia ha cambiado, es otra obra de Shakespeare la que se está representando. Ahora el problema es: ¿usted cree en el universalismo de la razón y de los Derechos Humanos, o cree en la necesidad de defender su identidad y su comunitarismo? En lugar de hablar de derecha e izquierda -términos que no tienen ningún sentido en sí, son puramente ficticios-, lo que nos ha demostrado el año 2015 es que no hay nada que sea tan fuerte como esta oposición entre identidad y universalismo". Campo de concentración Para Touraine, así como las personas que llegan a Europa no son solo refugiados, tampoco corresponde hablar de migración. "El tema de las migraciones es global, sí, pero con una base económica". En cambio, lo que vemos aquí "son médicos, ingenieros, profesores, abogados, gente culta. No es gente que se muere de hambre. Alan Kurdi, el niño que murió ahogado, estaba vestido como un niño chileno, francés o alemán. Entonces, de lo que se trata aquí es de lo que es humano o no en la vida humana. Lo que está pasando en el mundo islámico es que tenemos un enorme campo de concentración al aire libre, no encerrado ni secreto, sino visible". -¿Hay un desafío a las democracias a tomarse en serio los Derechos Humanos ? "Sí, absolutamente. Pero en el momento actual, si uno mira al mundo, ¿quién puede decir lo que es la democracia? Usted puede responder -como lo escribió un norteamericano muy respetable [el politólogo Robert A. Dahl]- que es una poliarquía electa. O con Monstesquieu, puede hablar de separación de poderes. O de elecciones libres y regulares. Pero no. Hitler fue electo de manera perfectamente legal. Yo estuve en Hungría cuando el Partido Comunista se apoderó de Polonia y de los países bálticos, y la elección fue perfectamente legal. Entonces es evidente que una definición institucional de la democracia no sirve de nada. ¿Quién va a creer eso? En Rusia, Putin está elegido, y Putin no es un demócrata". -¿Entonces? "Yo comparto más o menos una visión de Hannah Arendt. Ella dice -es una expresión muy hermosa- que la especie humana es la única que tiene 'derecho a tener derechos'. Yo lo digo de manera un poco diferente: la democracia es el régimen político y jurídico, el tipo de sociedad, en el cual los Derechos Humanos fundamentales, es decir universales, están encima de todo... ¡Incluso!, encima de las leyes". Para Touraine, lo "extraordinario" de la situación actual es que la gente está diciendo que ya no aguanta. "No es una crisis, es el límite. Hay personas que dicen: 'Sé que el riesgo de morir cruzando el Mediterráneo es inmenso, es enorme. Sé que son gente de mierda que van a tomar mi plata y me pondrán en un barco podrido. Lo sé, pero no se puede aguantar más'. La palabra que más me gusta para describir esta situación es 'dignidad', no 'crisis'. Lo que estamos viendo es una declaración de dignidad: 'Yo muero declarando que soy digno de ser hombre y que me han negado mi dignidad de ser humano'. Aquí hay una oposición entre lo económico, político, social, incluso cultural, frente al derecho, al valor humano, al juicio de valor. Eso que en otro universo se llamaba el alma, palabra que nadie utiliza más, pero eso es. Es gente que, muriéndose, demuestra que tiene un alma. No son súbditos, no son esclavos". -¿Podremos vivir juntos? "Podemos vivir juntos solamente si nos reconocemos mutuamente como sujetos, es decir, como portadores de derechos universales. No hay para mí otra definición de la modernidad. Y por eso la gente de Dáesh es clara y conscientemente antimoderna".

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