"Lo que sucede es que el título de la Copa América -después de casi un siglo de participaciones- llama al equívoco de sentirse favoritos e imaginar que existe una superioridad o incluso una suerte de emparejamiento de fuerzas...".
Hay que ubicarse. Argentina es el gran favorito para esta noche. No hay ninguna novedad en la sentencia porque ante Chile lo ha sido siempre, como lo es con casi todas las selecciones del mundo, así que tampoco es como para avergonzarse. Lo que sucede es que el título de la Copa América -después de casi un siglo de participaciones- llama al equívoco de sentirse favoritos e imaginar que existe una superioridad o incluso una suerte de emparejamiento de fuerzas. Eso es marginarse del contexto actual y del histórico, que con Argentina vaya que pesa.
Pero el lenguaje crea realidad y para este caso los ejemplos son atingentes. Chile le ganó a Argentina en la final de la Copa América, ha sido la convención del hincha eufórico desde julio pasado. Pero el resultado en las estadísticas frías fue un ajustadísimo empate sin goles que se definió a favor de la Roja en una tanda de penales. El acomodo lingüístico del seguidor nacional operó completamente al revés cuando la selección fue eliminada en Brasil 2014. Aquella vez el mensaje que aún perdura es que quedamos fuera tras la fatal definición de los doce pasos con los locales. Los relatos claramente son distintos según la conveniencia y ese tremendo lastre que con los años se ha ido acumulando.
No se trata de decir que el partido de hoy no hay que salir a jugarlo, pero sí subrayar de antemano que un empate es un muy buen resultado, dadas las circunstancias puntuales de la selección -cantidad de lesionados e inicio de un proceso técnico- y también de los antecedentes con el rival de turno que se resumen en aquel gol del "Histórico" Orellana repetido hasta el hartazgo como exclusivo botín. En tal sentido, Juan Antonio Pizzi ha sido muy prudente, no sólo porque lo es por naturaleza, sino porque entiende que un suicidio futbolístico en su debut, sólo con el objeto de dejar tranquila a la hinchada furibunda y soberbia, podría representar una carga imposible de estibar en el resto del trayecto.
Contra toda esa corriente exitista que nos inunda cada vez que llega una fecha de las clasificatorias y con la presión de someter a un contrincante tanto odiado como admirado, auténticamente inalcanzable por más de un siglo, que además nos ha humillado en más de una oportunidad, suena a incorrección hacer una convocatoria a la cautela. Pero Argentina, no solo esta Argentina de Messi, merece un ejercicio de esa modestia que no puede confundirse con una deshonrosa sumisión. Pero un estratégico baño de sobriedad no es necesariamente el anticipo de una derrota
Pero el lenguaje crea realidad y para este caso los ejemplos son atingentes. Chile le ganó a Argentina en la final de la Copa América, ha sido la convención del hincha eufórico desde julio pasado. Pero el resultado en las estadísticas frías fue un ajustadísimo empate sin goles que se definió a favor de la Roja en una tanda de penales. El acomodo lingüístico del seguidor nacional operó completamente al revés cuando la selección fue eliminada en Brasil 2014. Aquella vez el mensaje que aún perdura es que quedamos fuera tras la fatal definición de los doce pasos con los locales. Los relatos claramente son distintos según la conveniencia y ese tremendo lastre que con los años se ha ido acumulando.
No se trata de decir que el partido de hoy no hay que salir a jugarlo, pero sí subrayar de antemano que un empate es un muy buen resultado, dadas las circunstancias puntuales de la selección -cantidad de lesionados e inicio de un proceso técnico- y también de los antecedentes con el rival de turno que se resumen en aquel gol del "Histórico" Orellana repetido hasta el hartazgo como exclusivo botín. En tal sentido, Juan Antonio Pizzi ha sido muy prudente, no sólo porque lo es por naturaleza, sino porque entiende que un suicidio futbolístico en su debut, sólo con el objeto de dejar tranquila a la hinchada furibunda y soberbia, podría representar una carga imposible de estibar en el resto del trayecto.
Contra toda esa corriente exitista que nos inunda cada vez que llega una fecha de las clasificatorias y con la presión de someter a un contrincante tanto odiado como admirado, auténticamente inalcanzable por más de un siglo, que además nos ha humillado en más de una oportunidad, suena a incorrección hacer una convocatoria a la cautela. Pero Argentina, no solo esta Argentina de Messi, merece un ejercicio de esa modestia que no puede confundirse con una deshonrosa sumisión. Pero un estratégico baño de sobriedad no es necesariamente el anticipo de una derrota
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