sábado, 5 de marzo de 2016

¿HUMOR SANADOR?

El fenómeno de los números humorísticos que en el Festival de Viña del Mar se han encarnizado contra virtualmente todas las formas institucionales públicas y privadas de nuestro país no puede ser ignorado. Cierto es que, terminado ese evento, irá cayendo en el olvido natural, para permanecer solo en la crónica de anécdotas... El fenómeno de los números humorísticos que en el Festival de Viña del Mar se han encarnizado contra virtualmente todas las formas institucionales públicas y privadas de nuestro país no puede ser ignorado. Cierto es que, terminado ese evento, irá cayendo en el olvido natural, para permanecer solo en la crónica de anécdotas.

No lo es menos que la libertad de opinión y expresión -que obviamente incluye el humor- no puede ser restringida más allá de cuanto la Constitución y la ley establezcan, y cabe presumir -y esperar- que los organizadores de dicho festival y los humoristas respectivos atenderán a no exceder sus límites ni lesionar los derechos de quienes son su blanco.

Asimismo, ese público que exulta al ver arrastrar a tantos a un pantano de descrédito, y aun azuza ese procedimiento, está también en su derecho y no se le puede pedir a una masa que demande refinamientos ni rechace procacidades. Pero si ese mismo público siente que con eso está aprobando una forma de reproche moral, y si se admite que él es representativo de un sentir nacional mayoritario, cabría preguntarse por la incongruencia de que sea indiferente ante otros actos reprochables en que tantos incurren, como, por ejemplo, la creciente elusión maliciosa del pago en el transporte público y muchas otras formas habituales de incumplimiento de obligaciones legales o deberes éticos.

Y, asimismo, contrasta ese repudio con el alto grado de satisfacción con las propias vidas personales en todos los segmentos que muestran regularmente las encuestas, como si lo social y lo individual no estuvieran entrelazados.

Con todo, más allá de esa duplicidad de estándares, resta el hecho de que, transversalmente, las figuras públicas están hoy notificadas de cómo las percibe la ciudadanía. La atmósfera que denota la reacción del "monstruo de la Quinta" da que pensar. Ni derechas ni izquierdas pueden alegrarse, ni autoengañarse con la ilusión de que esa percepción daña más al adversario que a los propios: es todo el sistema institucional el que aparece enjuiciado y descalificado en grado que puede tornarse demoledor.

Si la burla verbal, pero sin mayores consecuencias prácticas, deviniera a la postre en un nihilismo y una desconfianza generalizados, sería el clásico cuadro aprovechable por demagogos que postulen utopías, siempre históricamente fallidas, conmocionantes para las sociedades, y a menudo cruentas. El humor puede ser una advertencia sanadora, pero también desatar fuerzas que luego escapan del control de todos.

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