lunes, 12 de enero de 2015

Terrorismo contra la libertad de expresión

Europa atraviesa una compleja encrucijada política, pues debe decidir cómo manejar el tema de la inmigración, en momentos de crisis económica grave que provoca irritación y malestar en los ciudadanos que ven su bienestar amenazado...

El brutal ataque terrorista que cobró la vida de 12 franceses -entre ellos ocho periodistas- se produce en momentos de particular tensión étnica y religiosa en Europa. El lunes, con gran impacto mediático, en Alemania grupos antiinmigrantes, de reciente creación, lograron reunir miles de manifestantes en Dresden y otras ciudades como Berlín, Stuttgart y Colonia, que a su vez fueron repudiados por contramanifestantes que intentaban frenar los sentimientos xenófobos. El atentado de París pone el dedo en la llaga de un conflicto latente que ensombrece el corazón de Europa.

Los asesinatos en Francia no fueron un mero acto terrorista sanguinario que remece la conciencia del mundo -que vio atónito el actuar determinado y profesional del grupo de extremistas y cómo se ensañaron con un policía acribillado, rematándolo en el suelo-, sino un terrorismo selectivo, en contra de la libertad de expresión, uno de los derechos humanos más valiosos, insustituible, que está en la base de la democracia y de la cultura occidental. Más allá de que la revista Charlie Hebdo sea un medio de comunicación satírico, que usa groserías provocativas que muchas veces ofenden a grupos políticos, religiosos -cristianos o islamistas- y sociales, el atentado contra sus profesionales debe ser condenado sin titubeos, pues precisamente en esos márgenes a contracorriente, no convencionales y transgresores, se prueba la vigencia y respeto a la libertad de expresión. En la revista atacada lo sabían; por eso Stephane Charbonnier, uno de los caricaturistas muertos, se quejaba de que "nadie se percata cuando nos reímos de los católicos tradicionales, pero no se nos permite reír de los musulmanes de línea dura".

Europa atraviesa una compleja encrucijada política, pues debe decidir cómo manejar el tema de la inmigración, en momentos de crisis económica grave que provoca irritación y malestar en los ciudadanos que ven su bienestar amenazado, erróneamente, por las oleadas de extranjeros que llegan a golpear sus puertas en busca de oportunidades. Desde hace años han ido surgiendo partidos o movimientos de tendencias antiforáneas que buscan restringir la inmigración, a veces usando métodos de presión como las protestas, y otras criticables como la violencia, pero que cada vez más, a medida que crece el número de adeptos, han usado el voto como mecanismo para presionar por cambios en las políticas de inmigración de sus países. En la última elección europea, por ejemplo, el Frente Nacional francés se convirtió en uno de los partidos más votados, ganando una legitimidad que no tenía cuando fue fundado. En Alemania, el partido AfD (Alternativa para Alemania), que tuvo una alta votación en las últimas elecciones, y el Pegida, el grupo que salió a manifestarse el lunes, son dos ejemplos de este fenómeno. La democracia permite la expresión de ideas vedadas en una autocracia, lo que, por cierto, es otra libertad incomprendida por los fanáticos y los totalitarismos.

Las posturas radicales antimusulmanas en ningún caso pueden ser la respuesta correcta y más eficaz a los atentados brutales de grupos extremistas islámicos, que nada tienen que ver con la esencia de la doctrina de Mahoma. Los líderes musulmanes tienen la responsabilidad de contener a los sectores que, indirectamente, atentan contra su propia doctrina, incitando al odio y a la revancha. La lucha contra el terrorismo es una misión de todos, pero vemos cómo la ONU se encuentra bloqueada y es incapaz de coordinar una tarea que debiera ser prioridad de la organización. La estrategia actual, en la que las potencias, en forma unilateral y aislada, tratan de ganar la guerra contra los extremistas, ha demostrado ser un fracaso, y la coordinación de los esfuerzos no ha sido suficiente para destruir grupos y movimientos que se enseñorean en países como Afganistán, Pakistán, Irak, Siria o Libia.

Desde Chile este tipo de amenaza parece muy lejana, pero el modus operandi de los terroristas puede ser una fórmula contagiosa, que traspasa límites e ideologías. Por eso, una democracia como la nuestra debe demostrar que está comprometida en la lucha contra el terrorismo fuera y también dentro de sus fronteras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario