lunes, 12 de enero de 2015

Seamos todos estúpidos y malvados

Guy Sorman: "La mejor respuesta a los atentados contra Charlie Hebdo será seguir siendo irónicos, sin temor y sin ilusión sobre la naturaleza humana...

El atentado contra Charlie Hebdo en París coincidió con la apertura en Boston del proceso judicial contra un terrorista que, en abril de 2013, hizo explotar una bomba a la llegada del maratón, asesinando e hiriendo a cientos de corredores. En los dos casos, los asesinos reivindican el islam: pretenden vengar la agresión occidental contra las naciones musulmanas, contra su civilización, contra su religión.

En Francia como en Estados Unidos, los autores son inmigrantes que parecen integrados a la sociedad que los acogió. A partir de esta simple y trivial constante, cada uno estará tentado de racionalizar, de proponer una explicación lógica a su locura asesina. Entre los occidentales existe una conciencia culposa que pone en las víctimas la responsabilidad de estos crímenes: "No tenían que invadir Irak, Afganistán"... ni conquistar Argelia en 1830. Los mismos dirán que Charlie Hebdo "se las buscó" (la portavoz de Barack Obama, en este sentido, ha lamentado los errores de juicio de Charlie Hebdo). Siguiendo estos pensamientos derrotistas, Charlie Hebdo nunca debió haber ironizado sobre el islam, sino que, ateniéndose a su voluntad original, hacer caricaturas del Papa, por ejemplo: ¡un anticlericalismo sin riesgos!

Esta autocrítica que transfiere la responsabilidad del asesino a las víctimas es una forma de culpabilizar que es bien conocida en psicoanálisis: pero si los occidentales dejan de involucrarse en los asuntos del mundo, de querer exportar el pensamiento racional y de ironizar sobre todo, ¿serían ellos todavía occidentales? ¿Charlie Hebdo seguiría siendo Charlie Hebdo si se autocensura y se convierte en políticamente correcto? Esta tentación de explicar el crimen por el comportamiento de la víctima me recuerda lo que los franceses les preguntaban a mis padres cuando huían de los nazis: "¿Ustedes hicieron algo a los alemanes para que ellos los lleven a este punto?". Mis padres no podían más que ser judíos, al igual que Charlie Hebdo no podía más que ser "estúpido y malvado", que es en suma su deber ser.

En el lado opuesto de los que culpabilizan a las víctimas se sitúan los pseudorracionalistas antiislámicos. Ellos nos dicen: "Tanto en Boston como en París, los asesinos reivindican a Alá; el islam es entonces la causa de su acto". Descontando que ellos hablan de Alá, no se puede decir que Alá haya armado a los terroristas. Si Alá es Alá, uno se lo puede imaginar en tareas más importantes que gestionar la locura de los que se proclaman como sus adeptos. Hay más de mil millones de musulmanes en el mundo, que no obedecen a ninguna autoridad central ni local, y dudo que uno pueda encontrar a muchos que aprueben los atentados en París o Boston. Una víctima del atentado en París era de partida un policía de origen árabe y de religión musulmana. En estos dramas el islam no es más que una excusa de la locura asesina: reivindicar una causa que es superior -una religión o una ideología- le confiere al asesino una razón de ser, una razón de vivir, una razón para matar. Por lo tanto, no es más que un simple asesino, pero se convierte ante sus propios ojos, en un noble combatiente.

Así que vamos a considerar, en contra de cualquier énfasis, que los crímenes de París y Boston son ante todo crímenes, que es posible describir las circunstancias y los actores y que es posible trazar paralelos, constatar la malversación del islam, la dificultad de ciertos inmigrantes a integrarse, el conflicto latente entre los valores occidentales y una cierta humillación en el mundo árabe que está luchando por entrar en la modernidad y en la mundialización que se le ha impuesto. Pero todas estas constantes -factores innegables- describen; ellas no explican nada, porque en el fondo no hay una explicación. A Primo Levi, que encarcelado en Auschwitz quería comprender el exterminio de los judíos, un soldado nazi le dijo: "Aquí, no hay porqués". En otras palabras, el Mal existe en sí mismo, ya que la locura existe en sí misma. Es lo que escribió Hannah Arendt sobre Adolf Eichmann durante su proceso en Tel Aviv: sobre el horror de la Shoah, reinaron pequeños burócratas, o la banalidad del mal.

Calificar los crímenes de Boston o de París de "atentados terroristas" ya equivale a conceder una distinción cuasi honorífica a los asesinos. Este término de atentado terrorista, al que se le puede añadir, si es necesario, el adjetivo de islamista, no sirve más que para tranquilizarnos, para introducir un poco de racionalidad, que haga entrar lo inconcebible en una pequeña caja etiquetada de antemano. Es que es más tranquilizador decir "atentado islamista" que admitir la locura de los hombres. En Boston o París, esta locura fue expresada de una forma y con un vocabulario de nuestra época, de la misma manera que hace un siglo, los asesinos lanzaron bombas en los foros políticos o mataron a jefes de Estado en nombre de la anarquía, clamando "Viva la anarquía"; el equivalente obsoleto del "Alá es grande" de hoy. La cúspide de esta locura asesina inherente a todas las sociedades humanas ocurrió sin duda en España, cuando en los años 30, el militante fascista José Millán Astray impuso como grito de guerra a sus tropas "Viva la muerte". Esta pulsión de muerte que se encubre en la ideología del momento siempre estará con nosotros; al querer explicarla se la vuelve legítima, siendo que "aquí no hay porqués".

La respuesta justa a los asesinos de Charlie Hebdo será seguir siendo "estúpidos y malvados"; en otras palabras, irónicos, sin temor y sin ilusión sobre la naturaleza humana. Querer explicar el terror, el islam, la inmigración, la mundialización, el abuso de los videojuegos, etcétera, es hacer de inteligente y posar. A los manifestantes en todo el mundo que proclaman su solidaridad con Charlie Hebdo los invito a compartir la estupidez deliberada y la maldad irónica de Charlie Hebdo, nada más.

Guy Sorman
Sorman es un reconocido filósofo y economista francés, autor de una veintena de libros.

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