lunes, 12 de enero de 2015

El 11-S francés

"Los franceses debemos enfrentar este ataque terrorista de la misma manera en la que los estadounidenses lo hicieron después del 11-S: firmes y claros, pero también con responsabilidad..."

Inmediatamente después de la masacre en la revista satírica Charlie Hebdo, la comparación con el ataque de Al Qaeda en Estados Unidos en septiembre de 2001 se apoderó de toda Francia. De hecho, el atentado del 7 de enero fue el más sangriento que Francia ha conocido desde que se terminó la guerra de Argelia, en 1962. Pero ¿qué tan precisa es esta analogía?

A primera vista, la comparación parece artificial y rebuscada. Doce personas fueron asesinadas en París, mientras que casi 3.000 murieron en los ataques a Nueva York y Washington. Los terroristas utilizaron fusiles Kalashnikov, y no aviones secuestrados. Y, a diferencia del 11-S, eran todos ciudadanos del país que estaban atacando. Es por esto que el atentado en París parece más una combinación de otros dos ataques: el del metro en Londres en 2005 (los terroristas eran todos ciudadanos británicos) y los de Mumbai en 2008 (los terroristas usaron armas pequeñas y atacaron a personas individualmente).

Sin embargo, a pesar de todas las diferencias, los ataques en París y Nueva York comparten la misma esencia. Las dos ciudades encarnan un sueño universal similar. Ambas son metáforas de luz y libertad. Ambas pertenecen al mundo, no solo a sus respectivos países.

Por otra parte, en los dos casos, los blancos elegidos por los terroristas eran altamente simbólicos. En Nueva York, las Torres Gemelas encarnaban la ambición y el logro capitalista. En París, Charlie Hebdo ha dado forma al espíritu de libertad democrática: la posibilidad de escribir, dibujar y publicar cualquier cosa; incluso provocaciones extremas, y en algunos casos hasta vulgares. Hay un fuerte sentimiento en París, tal como había en Nueva York: que el objetivo real de los terroristas era la propia civilización occidental.

Yo digo, como la mayoría de los franceses, en forma de disgusto hacia el ataque y empatía hacia las víctimas, "Je suis Charlie"("Yo soy Charlie"); una frase que recuerda inmediatamente las declaraciones del diario Le Monde después del 11-S: "Nous sommes Tous Américains" ("Todos somos estadounidenses").

Pero debo admitir que no siempre me sentí de esa forma. En 2005 tenía mis reservas sobre la decisión tomada por el diario danés Jyllands-Posten de publicar una serie de caricaturas del profeta Mahoma y de la decisión de Charlie Hebdo de reproducir esas caricaturas el año siguiente. En ese momento sentí que era una peligrosa e innecesaria -y, por lo tanto, políticamente irresponsable- provocación. Uno no debe jugar con fósforos a lado de una tubería de gas o de un paquete de dinamita.

Nuestra era es probablemente mucho más religiosa que lo que alguna vez fue el siglo XVIII. En aquella época (2005), yo pensaba que invocar a Voltaire es una cosa, pero uno puede suponer que actuar de manera responsable es abstenerse de referirse con insultos hacia lo que para otros es lo más sagrado, ya sea Cristo, Mahoma o la Shoah.

Hoy día, dada la naturaleza de este ataque, dejo atrás esas reservas, aunque me resisto a la tentación de sacralizar la memoria de las víctimas, como muchos franceses lo están haciendo. En Francia, laïcité (laicismo), erróneamente traducido en algunos idiomas como "secularismo", es el equivalente a una religión; la religión de la República. Para los caricaturistas de Charlie Hebdo, la religión era simplemente otra ideología, y apuntaban directamente a los tres principales credos monoteístas (aunque quizás con un mayor énfasis al islam, probablemente por su más visible cara fundamentalista).

Hasta ahora, un clima de unidad nacional impera en Francia, al igual como ocurrió en EE.UU inmediatamente después del 11-S. Y es así como debe ser: la unidad es crucial para la lucha contra los terroristas, quienes tienen como prioridad crear división, incitar la confrontación y marginar a los moderados. En efecto, hasta Marine Le Pen, actual líder del Frente Nacional de extrema derecha, inicialmente advirtió sobre los peligros de una posible reacción antimusulmana, afirmando que un par de jóvenes perdidos no representan de ninguna manera a la mayoría de los musulmanes franceses.

Pero ¿por cuánto tiempo va a prevalecer esta unidad nacional? Las cicatrices del colonialismo están aún muy frescas en Francia, más que en cualquier otra parte de Europa; el país tiene la minoría musulmana más grande de la región; y mientras los moderados parecen cada vez más débiles y divididos, la extrema derecha aumenta en las encuestas de opinión.

Todos estos ingredientes podrían ser la receta para el desastre. Incluso, Le Pen pareciera estar a favor de esto. "La unidad nacional es una maniobra política patética", reclamó, después de no haber sido invitada a una manifestación el día después del ataque. Pero si los líderes adecuados tienen el timón, el atentado del 7 de enero podría estimular el surgimiento de un nuevo sentimiento de colectividad y un renacer político.

Nosotros los franceses debemos enfrentar este ataque terrorista de la misma manera en la que los estadounidenses lo hicieron después del 11-S: firmes y claros, pero también con responsabilidad. Eso significa que, sobre todo, debemos evitar transformarnos en el Estados Unidos de 2003, cuando el Presidente George W. Bush extendió "la guerra global contra el terrorismo" hacia Irak. La tarea de Francia ahora es mantener los valores que la hicieron el blanco del ataque.

Dominique Moisi


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