miércoles, 28 de enero de 2015

¿De qué se trata la vida?




Se trata de construir, se trata de compartir y se trata de disfrutar algo, bien sea material o inmaterial para uno mismo o para los demás. (Este es mi punto de vista. El suyo es mejor.)

Tres verbos: Construir, Compartir y Disfrutar.

Construir.
¿Qué construir?...¿qué edificar?...¿qué crear? para que tengamos una genuina razón de vivir cada día hasta el final del camino.

Compartir.
¿Qué compartir?, ¿qué enseñar?, ¿qué ofrecer? . Esto tiene qué ver con las circunstancias de la vida de cada uno de nosotros.

Disfrutar.
¿Qué disfrutar?, ¿qué saborear?, ¿qué aprender? . Esto tiene que ver con el significado que tengan las cosas, seres, acciones de cada uno de nosotros.

Hasta pronto.

La Lata

"Porque uno puede estar ansioso, estar desconcentrado, no saber qué hacer, no poder distraerse con nada. Pero estar lateado es algo muy difícil de definir. Y no siempre tiene que ver con lo que sentimos, sino con lo que se supone que deberíamos sentir..."


  

lunes, 12 de enero de 2015

Europa asesinada

"La democracia no sufre merma porque no se publique ese tipo de caricaturas que solo buscan destruir, y que ofenden a ese anónimo marroquí que barre las calles de París y al resto de los más pobres de esa sociedad..."
El asesinato del equipo de Charlie Hebdo entrará a la historia porque muestra, como pocos hechos, las contradicciones de la Europa actual. La semana pasada, muchos decían que las recientes protestas en Centroeuropa contra la islamización eran expresiones de neonazismo. Hoy, esos mismos salen ahora a la calle diciendo "Yo soy Charlie", en una apología del derecho a mofarse del Islam, como si eso no fuese xenofobia. ¿En qué quedamos? ¿Es lícito atacar al Islam de manera burlesca, pero no vale salir al espacio público para defender la identidad europea, porque el promover cosas serias transforma automáticamente a todos los manifestantes en extremistas de derecha?

Que el crimen fue espantoso, no cabe duda alguna, pero el derecho humano lesionado aquí, más que la libertad de expresión, es el derecho a la vida. La afirmación volteriana de que uno puede estar en desacuerdo con las ideas de una persona pero dar la vida por defender su derecho a expresarlas, supone que hay una idea en juego: en las caricaturas de Charlie no logro descubrir ninguna. Sólo constato el malsano placer que experimentan algunos al ofender a un grupo de gente. Es una libertad banal, que no tiene finalidad alguna.

Su caso es muy distinto al de Yoani Sánchez, la bloguera cubana que intenta informar sobre lo que realmente pasa en su país. Su trabajo permite que los cubanos sean mejores ciudadanos, y nos hace a nosotros más solidarios con la dura suerte de Cuba. Quien es impedido de oír sus palabras y las de otros como ella, ignorará la realidad. Con este asesinato perdemos a personas valiosas, y eso daña a cualquier comunidad. Pero la democracia no sufre merma si en el futuro un editor decide no publicar ese tipo de caricaturas que solo buscan destruir, y que ofenden a ese anónimo marroquí que barre las calles de París y al resto de los más pobres de esa sociedad. La autocensura se aplica a las ideas, no a la falta de ellas.

Los redactores de Charlie se defendían de esta clase de reproches diciendo que ellos no eran islamófobos, pues las mismas críticas las hacían a otros, particularmente a los cristianos. Tarde descubrieron que el caso aquí era distinto: sobre los autores de esta masacre no pesa la difícil obligación de ofrecer la otra mejilla a los ofensores; tampoco vienen ellos de una cultura que pueda caracterizarse por el sentido del humor.

Hay muertes de muy distinto tipo: algunas heroicas, como la de Juana de Arco; otras trágicas, como el asesinato de Martin Luther King; las hay inevitables, como las que vienen de una enfermedad. Pero también hay muertes absurdas, que se producen por motivos ridículos o errores previsibles, como la del turista que se acerca en exceso a un cocodrilo, aunque la comparación suene cruel.

Me temo que las muertes que hemos lamentado en estos días pertenecen a esta última clase, a las absurdas. El natural horror que debe producirnos un acto semejante no debe cegarnos a la hora de evaluar lo que realmente ha pasado. Ellos ya habían recibido amenazas, y conocían lo que había ocurrido en casos semejantes, como con las caricaturas de Mahoma en el diario Jyllands-Posten, publicadas en Dinamarca en 2005, con varios muertos a causa de las represalias, y atentados contra las embajadas de Noruega y Dinamarca en el Medio Oriente. Es duro decirlo, pero los malogrados colaboradores de Charlie Hebdo no fueron valientes al modo de Gandhi, Liu Xiaobo, Mandela o Walesa, sino simplemente temerarios.

Si bien podemos llorar la muerte de esas personas, no resulta sensato ponerlas como ejemplo de lo más medular de la cultura europea (en este caso, su aprecio por la libertad). Yo estoy dispuesto a dar mi vida por unas pocas cosas, pero no la sacrificaría para defender el derecho de alguno a ofender gratuitamente a los musulmanes o a nadie. Entre otras razones, no creo que tal derecho exista ni muchos menos esté cubierto por la sagrada libertad de expresión.

Los manifestantes que portan letreros que dicen "Yo soy Charlie", piensan que la alternativa al terrorismo de algunos musulmanes consiste en refugiarse en una extrema banalización del ideario liberal. Me parece que es un trágico malentendido.

La gran cultura europea no está solo amenazada por unos locos extremistas que asesinan a honrados ciudadanos. Ella está afectada por dentro cuando la libertad, la dignidad, la verdad y la racionalidad, algunas de sus notas distintivas, son vaciadas de contenido. Cuando esto sucede, se pierden de vista las razones para vivir que esa cultura entregaba. Ellas sí eran superiores a las de otras culturas, y por eso eran capaces de dar razones para morir.


El 11-S francés

"Los franceses debemos enfrentar este ataque terrorista de la misma manera en la que los estadounidenses lo hicieron después del 11-S: firmes y claros, pero también con responsabilidad..."

Inmediatamente después de la masacre en la revista satírica Charlie Hebdo, la comparación con el ataque de Al Qaeda en Estados Unidos en septiembre de 2001 se apoderó de toda Francia. De hecho, el atentado del 7 de enero fue el más sangriento que Francia ha conocido desde que se terminó la guerra de Argelia, en 1962. Pero ¿qué tan precisa es esta analogía?

A primera vista, la comparación parece artificial y rebuscada. Doce personas fueron asesinadas en París, mientras que casi 3.000 murieron en los ataques a Nueva York y Washington. Los terroristas utilizaron fusiles Kalashnikov, y no aviones secuestrados. Y, a diferencia del 11-S, eran todos ciudadanos del país que estaban atacando. Es por esto que el atentado en París parece más una combinación de otros dos ataques: el del metro en Londres en 2005 (los terroristas eran todos ciudadanos británicos) y los de Mumbai en 2008 (los terroristas usaron armas pequeñas y atacaron a personas individualmente).

Sin embargo, a pesar de todas las diferencias, los ataques en París y Nueva York comparten la misma esencia. Las dos ciudades encarnan un sueño universal similar. Ambas son metáforas de luz y libertad. Ambas pertenecen al mundo, no solo a sus respectivos países.

Por otra parte, en los dos casos, los blancos elegidos por los terroristas eran altamente simbólicos. En Nueva York, las Torres Gemelas encarnaban la ambición y el logro capitalista. En París, Charlie Hebdo ha dado forma al espíritu de libertad democrática: la posibilidad de escribir, dibujar y publicar cualquier cosa; incluso provocaciones extremas, y en algunos casos hasta vulgares. Hay un fuerte sentimiento en París, tal como había en Nueva York: que el objetivo real de los terroristas era la propia civilización occidental.

Yo digo, como la mayoría de los franceses, en forma de disgusto hacia el ataque y empatía hacia las víctimas, "Je suis Charlie"("Yo soy Charlie"); una frase que recuerda inmediatamente las declaraciones del diario Le Monde después del 11-S: "Nous sommes Tous Américains" ("Todos somos estadounidenses").

Pero debo admitir que no siempre me sentí de esa forma. En 2005 tenía mis reservas sobre la decisión tomada por el diario danés Jyllands-Posten de publicar una serie de caricaturas del profeta Mahoma y de la decisión de Charlie Hebdo de reproducir esas caricaturas el año siguiente. En ese momento sentí que era una peligrosa e innecesaria -y, por lo tanto, políticamente irresponsable- provocación. Uno no debe jugar con fósforos a lado de una tubería de gas o de un paquete de dinamita.

Nuestra era es probablemente mucho más religiosa que lo que alguna vez fue el siglo XVIII. En aquella época (2005), yo pensaba que invocar a Voltaire es una cosa, pero uno puede suponer que actuar de manera responsable es abstenerse de referirse con insultos hacia lo que para otros es lo más sagrado, ya sea Cristo, Mahoma o la Shoah.

Hoy día, dada la naturaleza de este ataque, dejo atrás esas reservas, aunque me resisto a la tentación de sacralizar la memoria de las víctimas, como muchos franceses lo están haciendo. En Francia, laïcité (laicismo), erróneamente traducido en algunos idiomas como "secularismo", es el equivalente a una religión; la religión de la República. Para los caricaturistas de Charlie Hebdo, la religión era simplemente otra ideología, y apuntaban directamente a los tres principales credos monoteístas (aunque quizás con un mayor énfasis al islam, probablemente por su más visible cara fundamentalista).

Hasta ahora, un clima de unidad nacional impera en Francia, al igual como ocurrió en EE.UU inmediatamente después del 11-S. Y es así como debe ser: la unidad es crucial para la lucha contra los terroristas, quienes tienen como prioridad crear división, incitar la confrontación y marginar a los moderados. En efecto, hasta Marine Le Pen, actual líder del Frente Nacional de extrema derecha, inicialmente advirtió sobre los peligros de una posible reacción antimusulmana, afirmando que un par de jóvenes perdidos no representan de ninguna manera a la mayoría de los musulmanes franceses.

Pero ¿por cuánto tiempo va a prevalecer esta unidad nacional? Las cicatrices del colonialismo están aún muy frescas en Francia, más que en cualquier otra parte de Europa; el país tiene la minoría musulmana más grande de la región; y mientras los moderados parecen cada vez más débiles y divididos, la extrema derecha aumenta en las encuestas de opinión.

Todos estos ingredientes podrían ser la receta para el desastre. Incluso, Le Pen pareciera estar a favor de esto. "La unidad nacional es una maniobra política patética", reclamó, después de no haber sido invitada a una manifestación el día después del ataque. Pero si los líderes adecuados tienen el timón, el atentado del 7 de enero podría estimular el surgimiento de un nuevo sentimiento de colectividad y un renacer político.

Nosotros los franceses debemos enfrentar este ataque terrorista de la misma manera en la que los estadounidenses lo hicieron después del 11-S: firmes y claros, pero también con responsabilidad. Eso significa que, sobre todo, debemos evitar transformarnos en el Estados Unidos de 2003, cuando el Presidente George W. Bush extendió "la guerra global contra el terrorismo" hacia Irak. La tarea de Francia ahora es mantener los valores que la hicieron el blanco del ataque.

Dominique Moisi


Francia: Un silencio para nacer de nuevo



El minuto de silencio de ayer ( Jueves 08), en Francia entera, por las víctimas del asesinato masivo del día miércoles, permitió escuchar la voz profunda de un país y una cultura que admiramos y a la que le debemos el amor a la libertad, a la poesía, y el amor al amor, ese " amour fou " (loco) del que hablaban los subrealistas .

No solo escuché el silencio de los vivos en ese minuto solemne de ayer, también escuché el silencio de los franceses muertos de todos los tiempos.

Escuché a François Villon, a Rimbaud, a Saint-Exupéry, a Blaise Cendrars, Voltaire, Pascal, Montaigne, Jean Giono, René Char, Colette, Julien Green, Pierre Réverdy, Albert Camus, Balzac, Marcel Aymé, Baudelaire, Apollinaire, Georges Brassens, Edith Piaf y a tantos otros. Son tantos.

Yo escuché a mis propios muertos, con los que todavía converso. Cada cual habrá conversado con los suyos propios. Poetas, pintores, narradores, pensadores, músicos, a los que se unen estos dibujantes del semanario Charlie Hebdo, mártires de la libertad y del sagrado derecho a la risa.

Francia no calló en ese minuto de silencio, habló como nunca, cantó, lloró, dibujó en el cielo. Imagino a alguien parado en el Pont des Arts guardando un minuto de silencio y escuchando llorar las aguas del río Sena bajo sus pies.

El minuto de ayer en Francia fue el instante para callar ante el horror y el absurdo, pero es también la pausa que funda un nuevo comienzo.

Sí, porque con este dolor indecible Francia ha muerto, y solo quien muere puede volver a nacer de nuevo.

Cristián Warnken

Seamos todos estúpidos y malvados

Guy Sorman: "La mejor respuesta a los atentados contra Charlie Hebdo será seguir siendo irónicos, sin temor y sin ilusión sobre la naturaleza humana...

El atentado contra Charlie Hebdo en París coincidió con la apertura en Boston del proceso judicial contra un terrorista que, en abril de 2013, hizo explotar una bomba a la llegada del maratón, asesinando e hiriendo a cientos de corredores. En los dos casos, los asesinos reivindican el islam: pretenden vengar la agresión occidental contra las naciones musulmanas, contra su civilización, contra su religión.

En Francia como en Estados Unidos, los autores son inmigrantes que parecen integrados a la sociedad que los acogió. A partir de esta simple y trivial constante, cada uno estará tentado de racionalizar, de proponer una explicación lógica a su locura asesina. Entre los occidentales existe una conciencia culposa que pone en las víctimas la responsabilidad de estos crímenes: "No tenían que invadir Irak, Afganistán"... ni conquistar Argelia en 1830. Los mismos dirán que Charlie Hebdo "se las buscó" (la portavoz de Barack Obama, en este sentido, ha lamentado los errores de juicio de Charlie Hebdo). Siguiendo estos pensamientos derrotistas, Charlie Hebdo nunca debió haber ironizado sobre el islam, sino que, ateniéndose a su voluntad original, hacer caricaturas del Papa, por ejemplo: ¡un anticlericalismo sin riesgos!

Esta autocrítica que transfiere la responsabilidad del asesino a las víctimas es una forma de culpabilizar que es bien conocida en psicoanálisis: pero si los occidentales dejan de involucrarse en los asuntos del mundo, de querer exportar el pensamiento racional y de ironizar sobre todo, ¿serían ellos todavía occidentales? ¿Charlie Hebdo seguiría siendo Charlie Hebdo si se autocensura y se convierte en políticamente correcto? Esta tentación de explicar el crimen por el comportamiento de la víctima me recuerda lo que los franceses les preguntaban a mis padres cuando huían de los nazis: "¿Ustedes hicieron algo a los alemanes para que ellos los lleven a este punto?". Mis padres no podían más que ser judíos, al igual que Charlie Hebdo no podía más que ser "estúpido y malvado", que es en suma su deber ser.

En el lado opuesto de los que culpabilizan a las víctimas se sitúan los pseudorracionalistas antiislámicos. Ellos nos dicen: "Tanto en Boston como en París, los asesinos reivindican a Alá; el islam es entonces la causa de su acto". Descontando que ellos hablan de Alá, no se puede decir que Alá haya armado a los terroristas. Si Alá es Alá, uno se lo puede imaginar en tareas más importantes que gestionar la locura de los que se proclaman como sus adeptos. Hay más de mil millones de musulmanes en el mundo, que no obedecen a ninguna autoridad central ni local, y dudo que uno pueda encontrar a muchos que aprueben los atentados en París o Boston. Una víctima del atentado en París era de partida un policía de origen árabe y de religión musulmana. En estos dramas el islam no es más que una excusa de la locura asesina: reivindicar una causa que es superior -una religión o una ideología- le confiere al asesino una razón de ser, una razón de vivir, una razón para matar. Por lo tanto, no es más que un simple asesino, pero se convierte ante sus propios ojos, en un noble combatiente.

Así que vamos a considerar, en contra de cualquier énfasis, que los crímenes de París y Boston son ante todo crímenes, que es posible describir las circunstancias y los actores y que es posible trazar paralelos, constatar la malversación del islam, la dificultad de ciertos inmigrantes a integrarse, el conflicto latente entre los valores occidentales y una cierta humillación en el mundo árabe que está luchando por entrar en la modernidad y en la mundialización que se le ha impuesto. Pero todas estas constantes -factores innegables- describen; ellas no explican nada, porque en el fondo no hay una explicación. A Primo Levi, que encarcelado en Auschwitz quería comprender el exterminio de los judíos, un soldado nazi le dijo: "Aquí, no hay porqués". En otras palabras, el Mal existe en sí mismo, ya que la locura existe en sí misma. Es lo que escribió Hannah Arendt sobre Adolf Eichmann durante su proceso en Tel Aviv: sobre el horror de la Shoah, reinaron pequeños burócratas, o la banalidad del mal.

Calificar los crímenes de Boston o de París de "atentados terroristas" ya equivale a conceder una distinción cuasi honorífica a los asesinos. Este término de atentado terrorista, al que se le puede añadir, si es necesario, el adjetivo de islamista, no sirve más que para tranquilizarnos, para introducir un poco de racionalidad, que haga entrar lo inconcebible en una pequeña caja etiquetada de antemano. Es que es más tranquilizador decir "atentado islamista" que admitir la locura de los hombres. En Boston o París, esta locura fue expresada de una forma y con un vocabulario de nuestra época, de la misma manera que hace un siglo, los asesinos lanzaron bombas en los foros políticos o mataron a jefes de Estado en nombre de la anarquía, clamando "Viva la anarquía"; el equivalente obsoleto del "Alá es grande" de hoy. La cúspide de esta locura asesina inherente a todas las sociedades humanas ocurrió sin duda en España, cuando en los años 30, el militante fascista José Millán Astray impuso como grito de guerra a sus tropas "Viva la muerte". Esta pulsión de muerte que se encubre en la ideología del momento siempre estará con nosotros; al querer explicarla se la vuelve legítima, siendo que "aquí no hay porqués".

La respuesta justa a los asesinos de Charlie Hebdo será seguir siendo "estúpidos y malvados"; en otras palabras, irónicos, sin temor y sin ilusión sobre la naturaleza humana. Querer explicar el terror, el islam, la inmigración, la mundialización, el abuso de los videojuegos, etcétera, es hacer de inteligente y posar. A los manifestantes en todo el mundo que proclaman su solidaridad con Charlie Hebdo los invito a compartir la estupidez deliberada y la maldad irónica de Charlie Hebdo, nada más.

Guy Sorman
Sorman es un reconocido filósofo y economista francés, autor de una veintena de libros.

Terrorismo contra la libertad de expresión

Europa atraviesa una compleja encrucijada política, pues debe decidir cómo manejar el tema de la inmigración, en momentos de crisis económica grave que provoca irritación y malestar en los ciudadanos que ven su bienestar amenazado...

El brutal ataque terrorista que cobró la vida de 12 franceses -entre ellos ocho periodistas- se produce en momentos de particular tensión étnica y religiosa en Europa. El lunes, con gran impacto mediático, en Alemania grupos antiinmigrantes, de reciente creación, lograron reunir miles de manifestantes en Dresden y otras ciudades como Berlín, Stuttgart y Colonia, que a su vez fueron repudiados por contramanifestantes que intentaban frenar los sentimientos xenófobos. El atentado de París pone el dedo en la llaga de un conflicto latente que ensombrece el corazón de Europa.

Los asesinatos en Francia no fueron un mero acto terrorista sanguinario que remece la conciencia del mundo -que vio atónito el actuar determinado y profesional del grupo de extremistas y cómo se ensañaron con un policía acribillado, rematándolo en el suelo-, sino un terrorismo selectivo, en contra de la libertad de expresión, uno de los derechos humanos más valiosos, insustituible, que está en la base de la democracia y de la cultura occidental. Más allá de que la revista Charlie Hebdo sea un medio de comunicación satírico, que usa groserías provocativas que muchas veces ofenden a grupos políticos, religiosos -cristianos o islamistas- y sociales, el atentado contra sus profesionales debe ser condenado sin titubeos, pues precisamente en esos márgenes a contracorriente, no convencionales y transgresores, se prueba la vigencia y respeto a la libertad de expresión. En la revista atacada lo sabían; por eso Stephane Charbonnier, uno de los caricaturistas muertos, se quejaba de que "nadie se percata cuando nos reímos de los católicos tradicionales, pero no se nos permite reír de los musulmanes de línea dura".

Europa atraviesa una compleja encrucijada política, pues debe decidir cómo manejar el tema de la inmigración, en momentos de crisis económica grave que provoca irritación y malestar en los ciudadanos que ven su bienestar amenazado, erróneamente, por las oleadas de extranjeros que llegan a golpear sus puertas en busca de oportunidades. Desde hace años han ido surgiendo partidos o movimientos de tendencias antiforáneas que buscan restringir la inmigración, a veces usando métodos de presión como las protestas, y otras criticables como la violencia, pero que cada vez más, a medida que crece el número de adeptos, han usado el voto como mecanismo para presionar por cambios en las políticas de inmigración de sus países. En la última elección europea, por ejemplo, el Frente Nacional francés se convirtió en uno de los partidos más votados, ganando una legitimidad que no tenía cuando fue fundado. En Alemania, el partido AfD (Alternativa para Alemania), que tuvo una alta votación en las últimas elecciones, y el Pegida, el grupo que salió a manifestarse el lunes, son dos ejemplos de este fenómeno. La democracia permite la expresión de ideas vedadas en una autocracia, lo que, por cierto, es otra libertad incomprendida por los fanáticos y los totalitarismos.

Las posturas radicales antimusulmanas en ningún caso pueden ser la respuesta correcta y más eficaz a los atentados brutales de grupos extremistas islámicos, que nada tienen que ver con la esencia de la doctrina de Mahoma. Los líderes musulmanes tienen la responsabilidad de contener a los sectores que, indirectamente, atentan contra su propia doctrina, incitando al odio y a la revancha. La lucha contra el terrorismo es una misión de todos, pero vemos cómo la ONU se encuentra bloqueada y es incapaz de coordinar una tarea que debiera ser prioridad de la organización. La estrategia actual, en la que las potencias, en forma unilateral y aislada, tratan de ganar la guerra contra los extremistas, ha demostrado ser un fracaso, y la coordinación de los esfuerzos no ha sido suficiente para destruir grupos y movimientos que se enseñorean en países como Afganistán, Pakistán, Irak, Siria o Libia.

Desde Chile este tipo de amenaza parece muy lejana, pero el modus operandi de los terroristas puede ser una fórmula contagiosa, que traspasa límites e ideologías. Por eso, una democracia como la nuestra debe demostrar que está comprometida en la lucha contra el terrorismo fuera y también dentro de sus fronteras.

Viaje al fondo de la noche


Jueves 08 de enero de 2015

"El asesinato de los periodistas y populares dibujantes del periódico satírico Charlie Hebdo golpea el corazón de un París laico, diverso y aparentemente tolerante..."

Atentado en París

Con un profundo dolor desperté ayer (miércoles 07) al conocer el criminal atentado perpetrado en contra de la revista Charlie Hebdo en París, que significó la muerte de 12 personas que defendían la vida y la libertad de poder expresar sus opiniones.

Entre ellas se encuentran cuatro famosos caricaturistas, quienes de manera simple, satírica, inteligente y apolítica, sabían hacernos reflexionar sobre la actualidad, atacando la injusticia y la discriminación a través de caricaturas sin límites. La inteligencia y el valor del contenido expresado bastaban para perdonar los corrosivos y hasta irreverentes dibujos.

Ayer, los valores de libertad de pensamiento y de expresión fueron criminalmente violados en mi país. No se trata de un asunto de color político, o de racismo. Es un atentado no solo contra la prensa francesa, o contra Francia, cuna de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Contrato Social. Se trata de una profunda violación a los valores universales y fundamentales para la desalienación de nuestra conciencia crítica y el progreso de la condición humana. Es un atentado contra toda la humanidad que cree en los fundamentos de la libertad de pensamiento y de expresión. Como expresaba Jean-Jacques Rousseau: "Renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombres, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes".

En su último dibujo, el caricaturista Charb expresaba: "Todavía Francia sin atentados... ¡Esperen! Tenemos todo enero para enviar los deseos de año nuevo". Espero que antes de morir haya podido reflexionar sobre su lucha sarcástica que lo llevó hasta la más profunda verdad. Porque morir por la idea es la justificación.

Jean-François Bradfer


Je suis Yohan

El viernes recién pasado, en el barrio de Sarcelles en París, una pareja tomó por la fuerza una tienda de comida kosher, alimentos preparados según las restricciones alimentarias que establece la tradición judía. Durante el asalto, los terroristas dieron muerte a cuatro rehenes. Uno de ellos fue Yohan Cohen, de 22 años, edad similar a la de mi hijo mayor, quien trabajaba en esa tienda.


Hemos visto con mucha esperanza cómo el mundo libre se ha levantado y ha dicho con fuerza "Je suis Charlie", significando que la muerte de los caricaturistas nos afecta a todos. En mi caso, además, quiero rendir un pequeño homenaje a Yohan, quien no hizo ninguna caricatura, y cuyo único "pecado" fue trabajar en un lugar elegido por los mismos terroristas como su siguiente blanco.