sábado, 10 de octubre de 2015

Es Cien años de soledad una obra maestra? Arturo Fontaine.

Simpatías y diferencias gabriel garcía márquez cien años de soledad

El domingo 28 de abril de 1968 Alone, el crítico literario chileno, dedicó su comentario semanal en El Mercurio a Cien años de Soledad, novela aparecida algunos meses antes, en 1967, y que había agotado ya tres ediciones. "Alone" es el pseudónimo de Hernán Díaz Arrieta (1891-1984), quien escribiera, entre muchos otros artículos y libros, una serie de luminosos ensayos acerca de En Busca del Tiempo Perdido publicados en 1928. El último tomo había aparecido en Francia sólo un año antes. ( Se pueden leer en el libro de Daniel Swinburn: Para Leer a Proust, la Mirada de Alone, El Mercurio-Aguilar, 2001) Fue un influyente comentarista de la poesía de Gabriela Mistral y es muy probable que haya sido "el primer descubridor" de Neruda. Desde luego, financió él mismo la publicación de Crepusculario, el primer libro de Neruda. Sus "crónicas literarias", como las llamaba, fueron decisivas para la inmediata consagración y continua presencia de la obra de Neruda en su país, que él nunca dejó de examinar, a veces, con reparos e incluso, diría, incomprensiones,  pero sin jamás dudar del talento genial del poeta. Era hombre de arraigadas convicciones liberales y enteramente opuesto a Neruda en cuanto a ideas políticas. En él se basó Roberto Bolaño para inventar al crítico literario "Farewell", personaje de su novela Nocturno de Chile.

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo." Así comienza este "relato compacto", dice Alone, "juntando en una misma frase un pretérito desconocido, después de un presente incógnito y frente a un futuro que más tarde se recordará".... Alone celebra la "impresión inmediata de soberana soltura que produce esa frase inicial..." Y más adelante afirma: "Realista hasta la crudeza minuciosa, a ratos mágico, inverosímil, siempre claro y sólido, el relato acumula en orden tal cantidad de hechos y dichos, de personas y de dramas, historias, anécdotas, episodios e intrigas que casi no se diría una novela sino un almacén, un tesoro de materiales novelescos alternados, vivos y fantásticos, de un interés que no decae y que se recorre apasionadamente, como un proceso de creación a la vista... Todo eso, hombres, animales, casos, cosas, casas, empujado por igual torbellino, de principio a fin, unos tras otros, verídicos o inventados, termina formando una masa que acaso sea la imagen de la humanidad: polvo, ceniza y nada."

Con todo, concluye: "No le falta sino un no se sabe qué... para ser llamada una obra maestra". Antes dice que uno va de acontecimiento en acontecimiento "lleno de vehemente curiosidad"... "pero sin que nada, en el fondo, le importe, como si se tratara de un espectáculo o de un juego"... Hay un no se qué  "de distante, de ajeno, aun se diría de exterior e inútil"... Alone habla de una "fundamental carencia"... "de una serenidad impasible"...de "la actitud del creador ...que no se inmuta por nada"... "Diríase una fuerza de la naturaleza. Pero le falta el alma".

No sé quién haya hecho una crítica más aguda a Cien años de Soledad. ¿Pero tiene razón Alone? Lo impresionante es que el propio García Márquez reconoce esta imperturbabilidad del narrador como un rasgo esencial de su novela: "Me contaba (mi abuela) las cosas más atroces sin conmoverse como si fuera una cosa que acababa de ver. Descubrí que esa manera imperturbable y esa riqueza de imágenes era lo que más contribuía a la verosimilitud de sus historias. Usando el mismo método de mi abuela, escribí Cien Años de Soledad. (Ver Plinio Apuleyo Mendoza: El Olor de la Guayaba, Editorial Oveja Negra, pg. 30)

El relato de "las cosas más atroces sin conmoverse" es , entonces, según el propio García Márquez una característica esencial de la construcción de su novela.  La atroz matanza de 3.000 trabajadores en la estación que cargaron en un tren de doscientos vagones y arrojaron al mar, es un ejemplo. Se impone la versión oficial: no existió. Salvo Aureliano y un tal Gabriel —cuya sigilosa novia, Mercedes, es hija de un boticario y consigue irse a París, donde escribe de noche en el cuarto en el que murió Rocamadour— parece que nadie cree en ella. Lo sorprendente no es que las autoridades responsables quieran borrar lo ocurrido,  sino que el pequeño y lejano pueblo de Macondo no sea afectado por esa tremenda matanza. No hay viudas, no hay novias, no hay hermanos ni hermanas, no hay hijos que padezcan esas muertes. No hay verdadero dolor ni duelo. En eso Alone intuyó algo real. La vida sigue como si nada.

Puesto en otros términos: en Macondo no hay lugar para la verdadera tragedia. El lado verdaderamente oscuro y agobiante de lo humano queda excluido. La muerte y el horror están vistos desde fuera de ellas. No es el ángulo subjetivo de Henry James o Proust o incluso Faulkner o Rulfo. O, para mencionar escritores más cercanos, de Carver y Naipaul, autores en los que hay un sufrimiento espeso y concentrado.  La tragedia exige espacios cerrados y una trama basada en unos pocos protagonistas. Kafka, por ejemplo, crea esos espacios confinados.

"Mi problema no fue imitar a Faulkner, sino destruirlo", ha dicho García Márquez. "Su influencia me tenía jodido".  (Plinio Apuleyo Mendoza, pg. 50) Los personajes de Faulkner -solitarios, arcaicos, condenados por su pasado- tienden a  encerrarse. Cien Años de Soledad está llena de personajes que se encierran en una pieza, en una casa.  Pero en Faulkner el pasado es una herida siempre abierta y los personajes no pueden escapar de él. El tono - y por consiguiente el mundo de Faulkner- es muchísimo más sombrío que el de la ficción de García Márquez.

La tragedia es posible si vemos el mundo desde Edipo. Pero si nos alejamos, Edipo es reemplazado por Creonte que tendrá su ciclo y también su tragedia —la muerte de su hija Antígona que causará además la muerte de su hijo y de su mujer— y así... La historia de la estirpe al alargarse en el tiempo y llenarse de episodios disímiles hace que cada una de esas tragedias pierda presión. Pero La Guerra y la Paz —" la mejor novela que se ha escrito", a juicio de García Márquez (Plinio Apuleyo de Mendoza, pg.49)— es episódica, no es propiamente una tragedia, pero hay en ella dolores hondos.  Lo que pasa es que  el narrador Tolstoyano habita  en el interior del mundo íntimo de sus muchos y variados personajes. García Márquez, en cambio, se sitúa en el punto de vista de la especie, de la estirpe que perdura idéntica a sí misma a través de las generaciones que nacen, viven y mueren. "Pues la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo del eje". (Cien Años de Soledad, Editorial Sudamericana, pg.334)

De hecho, cuando García Márquez ha querido narrar el dolor a secas ha recurrido a la no ficción.  Esto es sumamente sintomático. Y lo ha hecho con maestría. Ahí está su libro Noticia de un Secuestro.

Proust escribió páginas extraordinarias contando la muerte de la abuela. Hay esperanza y suspenso hasta el último minuto. La ternura del protagonista de la novela, su amor real por esa vieja y el sufrimiento que le causa el que sea arrancada de la vida sacuden y siguen sacudiendo en el recuerdo.  La extrañeza y violencia de la muerte, su misterio, se plantan delante nuestro con ferocidad. La muerte de Úrsula, la gran abuela de Cien Años de Soledad, está narrada completamente en otra cuerda. Su muerte es lenta y pacífica. La vieja se ha transformado antes de morir en un juguete de los niños.

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