jueves, 22 de octubre de 2015

DESINTELIGENCIA ENTRE SEXOS.

"Suponemos que lo que yo necesito lo necesita también el otro. Y no es así. Un hombre puede leer como amor las peticiones ķde palabras de su mujer, y otro sentir que es una crítica pedirle que haga lo que no hace..."

 Paula Serrano

Los hombres se agotan con razón de que las mujeres necesiten palabras de amor para sentirse queridas.

Las mujeres se agotan con razón de que los hombres nunca quieran hablar de amor... ni de desamor.

Los hombres evitan.

Las mujeres insisten.

¿Quién pierde?

Ambos.

Si hubiera una norma constitucional que declarara que hombres y mujeres tienen necesidades distintas, y que quienes quieran tener pareja deben respetar estas diferencias, estaríamos salvados. Porque los niños tienen derechos distintos de los adultos, y si un padre o una madre no le aportan el abrigo y la alimentación requerida, el Estado puede intervenir.

¿Por qué no hay normas para dirimir las diferencias en las parejas constituidas? Porque creemos que somos iguales. Con diferencias individuales, al final somos adultos con las mismas necesidades. ¿Por qué asistimos a diario a tanto desencuentro y tanta tristeza inútil?

No solo somos distintos los hombres y las mujeres, también cada ser humano por su particular historia y biología. Sin embargo, suponemos que lo que yo necesito lo necesita también el otro. Y no es así. Un hombre puede leer como amor las peticiones de palabras de su mujer, y otro sentir que es una crítica pedirle que haga lo que no hace.

Y el argumento para dirimir es culpar al otro de no ser como yo necesito que sea o por ser como es.

La ciencia nos prueba hasta el cansancio que cada configuración humana es única y que la combinación entre esta y la historia (que va desde el clima, los olores, las temperaturas, el cariño y la ternura recibidos, los abandonos que marcaron, los miedos que se instalaron) hacen de cada individuo una experiencia irrepetible.

Podemos llegar a acuerdos, no podemos cambiar a otro. El amor es eso. La aceptación del otro. Con rabias, frustraciones, desencuentros. Podemos pedir, pero en cada pedido está el derecho del otro a negarse.

¿Qué hacer para convertir estas sencillas premisas en normas o leyes? Nada. Ninguna ley o norma nos puede proteger de la diferencia.

Solo podemos llegar a acuerdos, negociar, comprender, imaginar, crear formas nuevas. Cambiar los hábitos, empezar de nuevo. Intentar hasta que duela.

Pero sobre todo, recordar que son esas diferencias que parecen insalvables las que hacen del amor una aventura. Se aburren del amor solo los que no quieren recorrer ese camino, que parece duro, y lo es, pero es también fascinante.

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