jueves, 30 de octubre de 2014

La vida, ¿un bien indisponible?

Recreando a través de un ejercicio silogístico los tiempos del Ágora griega, el profesor Agustín Squella lanza a la plaza una, aparentemente, irresoluble contradicción. Era en aquellos tiempos el oficio que practicaba la sofística.

¿Cómo defender la vida como valor absoluto -pregunta a los desprevenidos transeúntes- si luego se exalta a los mártires y a los héroes que entregan su vida por una razón superior?

Diez siglos después de este ejercicio de "listeza", como llama Eurípides la sophia de ese tipo de maestros del Ágora, tenemos un bello ejemplo en sentido contrario -aplicable múltiples veces en su discurrir a este tipo silogístico- en el gran Agustín, llamado con toda propiedad "el Águila de Hipona". Su reconocida sophon -o "sabiduría", como la denominaba el mismo Eurípides, para distinguirla de su contrafigura- nos ilumina ya por más de mil quinientos años.

"Dos ciudades nacieron de dos amores", escribió el gran sabio de Hipona (De Civitate Dei, XIV). La del supremo egoísmo o del amor a sí mismo como principio absoluto, ya sabemos, por muchos ejemplos de la historia, cómo y dónde termina. La otra, que con el pensamiento moderno (Kant), y hasta antes de las atrocidades del siglo XX, entiende la vida del hombre como un valor en sí mismo, iluminada por la prudencia (virtud que dispone la razón para discernir el verdadero bien en cada circunstancia y elegir los medios adecuados para realizarlo), distingue y subordina los distintos absolutos según el amor que merecen. El supremo ejemplo de esa opción de amor, a través de siglos gran parte de la humanidad lo reconoce en el Gólgota.

Jaime Antúnez Aldunate

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