Cuando estábamos amarrados de manos y pies, y con uno de los encapuchados apuntándonos con su arma, sentí profundamente la fragilidad de la vida, pero no por algo fortuito, sino porque delincuentes invadieron la privacidad de mi casa sin ningún temor.
Ver cómo los hijos de uno tiemblan de miedo mientras miran con sus ojitos llenos de lágrimas cómo su casa, su lugar de protección, es completamente destrozado, violado, es un sentimiento inexplicable.
Después uno empieza a escuchar que estos jóvenes no pueden ir a la cárcel porque el daño puede ser mayor para ellos, pero ¿quién se preocupa de nosotros, del daño en nuestras vidas, del trauma experimentado?
Los Poderes del Estado no están funcionando, y la impunidad de la delincuencia en la que estamos viviendo los ciudadanos honrados y responsables es inaceptable.
Este es el duro mensaje de una desesperada Madre.
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