"¿Es Chile más corrupto ahora que hace 10 años? Hay razones para pensar en lo contrario. En materia empresarial, probablemente, nunca se haya cumplido más la ley que en estos meses..."
Hoy a las 10 se sabrá todo. El juez Juan Manuel Escobar determinará las medidas cautelares y la primera parte del caso Penta llegará a su fin.
De esta forma, terminarán cuatro días en el que la explanada del Centro de Justicia vivió su propio paseo de la fama. No solo por quienes desfilaron, sino por el enorme interés que despertó el juicio entre los chilenos.
Es indudable que "algo pasó" con el caso Penta. Nunca había existido una expectación similar. En ninguno de los escándalos de las últimas décadas. Ni siquiera con el caso La Polar. Atribuírselo a una maniobra del Gobierno o a la exacerbación de los medios de izquierda es absurdo. El caso Penta se transformó -para bien o para mal- en el primer reality show transmitido desde tribunales.
Y más allá de la resolución de hoy y de la sentencia definitiva en dos años más, es evidente que el caso Penta ha vuelto a mostrar la cara tramposa de Chile. Que se suma a las farmacias, a La Polar, a los pollos, a Caval y a tantas otras; mostrando la cultura de la informalidad, de la ganancia fácil, de la codicia y de la inmundicia.
Por cierto que todo tiene dos caras. Como cuando La Polar argumentó que gracias a ellos la gente más pobre había accedido al crédito, o como cuando Gonzalo Vial enrostró que gracias a su empresa ahora todos podían comer pollo. Délano no fue menos y en una declaración leída rigurosamente en la calle Pedro Montt, argumentó que sus empresas habían sido "una máquina de dar trabajo". Carlos Lavín dijo algo parecido y se lamentó que le hayan ido a revisar "el basurero". Ambas cosas son evidentemente ciertas, pero el mal no se contrarresta con el bien.
Bien lo sabía Adam Smith: defender la actividad empresarial es clave para la sociedad, combatir las malas prácticas de los empresarios, una necesidad.
Pero hay un punto que es más de fondo.
Pareciera que, de súbito, Chile cayó en una decadencia moral y que nos volvimos corruptos o tramposos. Muchos están apesadumbrados. Otros piden que se vayan todos. Los más instruidos enarbolan al poeta Jorge Manrique para decir que "todo tiempo pasado fue mejor".
Seguramente, están equivocados.
Probablemente, nunca fuimos distintos. La "probidad del chileno" era un invento y estábamos viviendo la ilusión del jardín del Edén. Tras todos los escándalos conocidos estamos en mejor pie que antes. Sabemos mejor quiénes somos y en eso hay un valor. Sócrates decía que solo hay un mal: la ignorancia, y que solo hay un bien: el conocimiento. Y hoy hemos corrido un poco más "el velo de la ignorancia". Conocer la verdad nunca es triste.
¿Es Chile más corrupto ahora que hace 10 años? Hay razones para pensar en lo contrario.
En materia empresarial, probablemente, nunca se haya cumplido más la ley que en estos meses. Existen estudios académicos norteamericanos que muestran que la mejor forma de mejorar las conductas no es un cambio en la regulación, sino que es "colgar en la plaza pública" a un culpable conocido cada cierto tiempo. El temor de la cárcel puede no ser un disuasivo para la delincuencia común, pero parece estar probado que sí lo es para quienes "no tienen los papeles en orden" en materia económica.
Los datos no están disponibles, pero es muy probable que las boletas ideológicamente falsas se hayan reducido en estos meses, que los pagos a líneas aéreas o restoranes por parte de empresas de papel hayan disminuido y que los forward truchos hayan desaparecido.
Si usted está leyendo esto después de las 10, ya sabrá el destino de Délano, Lavín y Wagner. Pero más allá de aquello, lo importante es que el caso Penta nos habrá permitido seguir enterándonos de lo que estaba debajo de la alfombra de Chile y ello es alentador. Aunque tiene un riesgo evidente: al momento en que asumimos una condición en la que la corrupción forma parte integrante de la sociedad, ella se transforma en un caldo de cultivo para la aparición de las soluciones fáciles y populistas. Ese es el principal riesgo que Chile enfrenta en el futuro.
De esta forma, terminarán cuatro días en el que la explanada del Centro de Justicia vivió su propio paseo de la fama. No solo por quienes desfilaron, sino por el enorme interés que despertó el juicio entre los chilenos.
Es indudable que "algo pasó" con el caso Penta. Nunca había existido una expectación similar. En ninguno de los escándalos de las últimas décadas. Ni siquiera con el caso La Polar. Atribuírselo a una maniobra del Gobierno o a la exacerbación de los medios de izquierda es absurdo. El caso Penta se transformó -para bien o para mal- en el primer reality show transmitido desde tribunales.
Y más allá de la resolución de hoy y de la sentencia definitiva en dos años más, es evidente que el caso Penta ha vuelto a mostrar la cara tramposa de Chile. Que se suma a las farmacias, a La Polar, a los pollos, a Caval y a tantas otras; mostrando la cultura de la informalidad, de la ganancia fácil, de la codicia y de la inmundicia.
Por cierto que todo tiene dos caras. Como cuando La Polar argumentó que gracias a ellos la gente más pobre había accedido al crédito, o como cuando Gonzalo Vial enrostró que gracias a su empresa ahora todos podían comer pollo. Délano no fue menos y en una declaración leída rigurosamente en la calle Pedro Montt, argumentó que sus empresas habían sido "una máquina de dar trabajo". Carlos Lavín dijo algo parecido y se lamentó que le hayan ido a revisar "el basurero". Ambas cosas son evidentemente ciertas, pero el mal no se contrarresta con el bien.
Bien lo sabía Adam Smith: defender la actividad empresarial es clave para la sociedad, combatir las malas prácticas de los empresarios, una necesidad.
Pero hay un punto que es más de fondo.
Pareciera que, de súbito, Chile cayó en una decadencia moral y que nos volvimos corruptos o tramposos. Muchos están apesadumbrados. Otros piden que se vayan todos. Los más instruidos enarbolan al poeta Jorge Manrique para decir que "todo tiempo pasado fue mejor".
Seguramente, están equivocados.
Probablemente, nunca fuimos distintos. La "probidad del chileno" era un invento y estábamos viviendo la ilusión del jardín del Edén. Tras todos los escándalos conocidos estamos en mejor pie que antes. Sabemos mejor quiénes somos y en eso hay un valor. Sócrates decía que solo hay un mal: la ignorancia, y que solo hay un bien: el conocimiento. Y hoy hemos corrido un poco más "el velo de la ignorancia". Conocer la verdad nunca es triste.
¿Es Chile más corrupto ahora que hace 10 años? Hay razones para pensar en lo contrario.
En materia empresarial, probablemente, nunca se haya cumplido más la ley que en estos meses. Existen estudios académicos norteamericanos que muestran que la mejor forma de mejorar las conductas no es un cambio en la regulación, sino que es "colgar en la plaza pública" a un culpable conocido cada cierto tiempo. El temor de la cárcel puede no ser un disuasivo para la delincuencia común, pero parece estar probado que sí lo es para quienes "no tienen los papeles en orden" en materia económica.
Los datos no están disponibles, pero es muy probable que las boletas ideológicamente falsas se hayan reducido en estos meses, que los pagos a líneas aéreas o restoranes por parte de empresas de papel hayan disminuido y que los forward truchos hayan desaparecido.
Si usted está leyendo esto después de las 10, ya sabrá el destino de Délano, Lavín y Wagner. Pero más allá de aquello, lo importante es que el caso Penta nos habrá permitido seguir enterándonos de lo que estaba debajo de la alfombra de Chile y ello es alentador. Aunque tiene un riesgo evidente: al momento en que asumimos una condición en la que la corrupción forma parte integrante de la sociedad, ella se transforma en un caldo de cultivo para la aparición de las soluciones fáciles y populistas. Ese es el principal riesgo que Chile enfrenta en el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario