miércoles, 18 de noviembre de 2015

CUAN BUENO ERA MI METRO.


Nicolás Luco
pone el grito en el cielo por los cantantes, pero de todo hay en el Metro del Señor. Es raro el día en que uno no se encuentre con vendedores de helados, de agujas para ciegos, de gomitas de eucaliptus...

En una epístola aparecida en este mismo diario, mi dilecto amigo Nicolás Luco se queja, con razón, de la música estridente que por estos días campea en los vagones del Metro. Para colmo de males, algunos intérpretes se acompañan con altoparlantes, lo que hace imposible concentrarse en la lectura o ensimismarse en los propios pensamientos. Sé de un señor que, para leer tranquilo una buena novela, ha viajado desde Maipú hasta Puente Alto, y ha vuelto feliz de la vida porque nadie lo privó de placer tan íntimo y exquisito.

Nicolás Luco pone el grito en el cielo por los cantantes, pero de todo hay en el Metro del Señor. Es raro el día en que uno no se encuentre con vendedores de helados, de agujas para ciegos, de gomitas de eucaliptus...

Leo en la estación Irarrázaval las normas de seguridad que rigen, por Decreto Supremo de 1975, en la Red Metro. No veo una prohibición tajante para los músicos, pero en el segundo punto dice que los pasajeros deben respetar estas normas, "evitando realizar actos que perjudiquen el buen servicio, que sean contrarios a la moral o las buenas costumbres o que pongan en riesgo a terceros, como asimismo utilizar los servicios de transporte de cualquier forma que genere incomodidades, molestias o dificulte el uso del servicio a otras personas". ¿Habrá leído alguien estas normas? Qué importa... Mi amigo Luco es la voz del que clama en los andenes. A los otros pasajeros les da lo mismo. Con los audífonos en sus oídos escuchan sus propias melodías y no advierten que la bulla marcha sobre rueda

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